domingo, 15 de diciembre de 2013

Cueva de San Cristóbal

Una rodilla para probar, un domingo sin planes y un nuevo incauto al que introducir el gusanillo de la espéleo... Si a esto le sumamos que yo no la pisaba desde hacía casi 20 años, eran las condiciones ideales para visitar la cueva de San Cristóbal.


La boca se abre al exterior en la ladera O del cerro de San Cristóbal (de ahí su nombre, digo yo...), por la que desciende un pequeño vallejo. Éste es el que seguiremos para la aproximación, después de dejar el coche en el pueblecito de Arganza.

Imagen tomada del Sigpac.

La cueva es totalmente horizontal. Esta sencillez, unida a su fácil aproximación, la convierten en ideal para iniciarse en esto de la espeleología. Pero también hicieron de ella el objetivo de desaprensivos que no dejaron viva una sola estalactita ni olvidaron pintar su nombre en cada rincón. Afortunadamente, la naturaleza es sabia y poderosa, y ya pudimos contemplar macarrones de unos pocos centímetros que crecen de las heridas causadas por nuestros predecesores. Con suerte, dentro de unos 50.000 años a lo mejor recupera su aspecto de hace 50.

Estalactita cortada.

Macarrones brotando de formaciones rotas.

Olvidando este deterioro, San Cristóbal nos ofrece todavía abundantes formaciones excéntricas y una pared llena de raicillas, que asoman curiosamente por cada grieta y orificio.

Banderas bajo una colada.

El tubo freático.

Haciendo pruebas de iluminación para la foto.

Habitante.

Pero lo mejor del día fue poder mostrarles una cueva más a Roberto y a Juan Carlos, comprobar cómo la rodilla no impedía a Lorena sortear cada obstáculo, adivinar qué sentimientos despertaba en Félix su primera visita al submundo y recordar a un Peque de 12 años que se recorrió cada gatera y recoveco de la cueva.

Foto de grupo junto a la boca.



lunes, 16 de septiembre de 2013

Un par de barrancos clásicos y un par de Otales


Como las de 2013 se nos planteaban como las peores fiestas de Aranda en años, pensamos arreglarlas yéndonos de barrancos el lunes y el martes, y además así no encontraríamos colas en los rápeles.

Aunque no estuviésemos en Aranda, el pañuelo de hierbas es sagrado, ¡hasta en los barrancos!


Yo seguía con mis ganas de añadir muescas a mi ocho, pero también me apetecía repetir uno de mis barrancos preferidos, Lapazosa, sobre todo ahora que todo el mundo decía que se habían vaciado todas las marmitas de piedras y se podía volver a saltar como antes de conocerlo yo, incluso. Este año había agua para aburrir, por lo que la habitual mala idea de ir en Septiembre no era aplicable. Para completarlo, teníamos varios clásicos por la zona, e incluso alguna muesca pendiente que finalmente, dejamos para más adelante (Algún día por fin nos conoceremos, Navarros...)

Nos apuntamos 6 a la salida, y Juancar sugirió alquilar un bungalow en el camping Ordesa, pasado Torla. Resultó una gran idea.


Lapazosa


El lunes empezamos por el objetivo principal del viaje, ¡no sea que nos lo fuesen a quitar! Hacía un poco fresco al principio, pero con la subidita y el Sol que asomó justo en el momento de disfrazarnos, se nos olvidaron los fríos y los frescos. Para Óliver era su primer barranco desde el curso de iniciación, y el caudal con que entramos le iba perfecto para disfrutar, con todas las marmitas llenas, sin que en ningún momento supusiese dificultad alguna. Eso sí, debió de flipar al vernos llegar al primer resalte y tirarnos sin un poco de meditación previa, unos rezos o unos instantes de automotivación... Comprobar profundidad y ¡al lío!


La marmita trampa, sin dificultad alguna.

Los efectos de las crecidas de los últimos veranos eran palpables: la pasarela del inicio estaba recolocada a lo largo del descenso. Y lo que había leído en foros e informes de caudales era cierto: todo volvía a ser saltable. Así que, ayudados por nuestra "experta en saltos" (Rebeca, que gentilmente rapela todo para comprobar la profundidad de las marmitas), me atrevería a asegurar que no nos dejamos ninguno, lanzadera incluida.


La lanzadera.

Había alguna instalación nueva, como la de la cascada grande, que baja mucho más cerca del agua, lo que mejora el ambiente respecto de la anterior, un poco "escaqueada". Pero siguen quedando algunos rápeles "monopunto", aunque sean de los de pof-ayayay, en vez de los de aaayyy-pof.


Cabecera de la cascada de 65 m.


Otal


Por la tarde queríamos algo más de agua. Después de comer en la pradera de Bujaruelo, nos decidimos por el Otal, que ninguno de nosotros conocíamos (Así apuntaba el nº 92 a mi lista). La aproximación es sencilla, siguiendo la pista que sube hacia el valle de Otal o bien atajando por la senda que la cruza varias veces. Las vistas del valle, de marcado origen glaciar, son espléndidas.


Valle glaciar de Otal. Aguas abajo, nuestro descenso.
Primer resalte.



Nuevamente nos disfrazamos y comenzamos el descenso. Antes de encajarse, el río va serpenteando por una pradera, hasta llegar al primer resalte, con un pasamanos cuya cuerda merecía toda nuestra desconfianza. Así que desconfiamos de ella y optamos por saltar... menos nuestra experta en saltos, que también demostró serlo en destrepes.





No esperábamos demasiado de este barranco, pero resultó un descenso variado, con rápeles acuáticos, rápeles menos acuáticos, destrepes delicados e incluso algún salto decente. En general, el cauce es abierto, lo que permite abordarlo con caudales altos, como el que llevaba.


Aquí pusimos la cuerda, pero a alguno no le hizo falta, jejeje...

Rápel destrepable.

Aquí sí empujaba un poquito el agua.


Para terminar, el tramo final del Ordiso. Me impresionó ver el puente de Oncíns sin barandillas, pero sobre todo la limpieza de las paredes al llegar a él. Las crecidas de los deshielos de este año tuvieron que ser brutales, y eso que habíamos estado poco antes en el Valle de Benasque...

Todo el día llevábamos Juancar y yo maquinando mentalmente hacernos los Navarros a la vuelta, pero se hizo muy tarde, y teníamos fresco, hambre, sed y algo de cansancio. Así que se queda para otra ocasión.


Sorrosal


La mañana siguiente, aprovechando el ofrecimiento de Lorena y Pablo de movernos los coches, no podíamos desperdiciar la ocasión de hacernos tan cómodamente el Sorrosal. Mediados de Septiembre, y caudal normal, sin olores ni sabores. Increíble el verano de agua que hemos tenido. No estaba totalmente cristalina, sino con el llamado color aquarius, que permite algo de visibilidad, pero no la suficiente como para andar saltando sin conocimiento.


R20 antes del salto final, junto a la ferrata. Nosotros saltamos; otros lo toboganearon.


El Sol nos regalaba unos fantásticos contraluces y una temperatura ideal, y solamente otro grupo en el descenso. Ellos eran más toboganeros, nosotros preferíamos los saltos. Por cierto, todo saltable, como siempre.


Óliver esperando su turno ante el primer R40. Al fondo, ferratistas.

Primer R40.

Y, como hacía buen día, mucha expectación en el final del descenso.


¡Cómo mola que nos miren como si fuésemos extraterrestres!

Forcos (u Otal)


Teníamos aún tiempo para otro descenso, y yo le tenía echado el ojo a un tal barranco Forcos, del que hay poquita información, pero positiva. Así que nos dirigimos a Fiscal y, de allí, a Bergua, por lo que hace años debió de ser una carretera, pero hoy es más bien una ensalada de baches. Supongo que eso es una pequeña ayuda para mantener a los nuevos habitantes del pueblo en un relativo aislamiento.

Dejamos el coche estorbando lo menos posible en el camino principal, cerca de una señal de PR. Ya a pie, cogimos el PR que desciende, atravesando Bergua. Al salir del pueblo, el sendero sigue bajando por el bosque hasta la confluencia de los barrancos de la Pera y de Otal o Forcos. Atravesamos ambos por sendas pasarelas metálicas. Este punto marca el final de nuestro descenso.

Tomamos el sendero que se dirige hacia Escartín. Al poco de dejar las pasarelas, comienza la subida, alejándonos del cauce del barranco. No llevábamos ni 10 minutos subiendo cuando apareció un cruce a nuestra izquierda con un letrero que señala "A Otal por barranco". Haciendo caso al dicho de que más vale lo malo conocido, seguimos la subida hacia Escartín, de acuerdo con las indicaciones de algún blog y del mapa de P. Gimat, que no contemplan ese otro sendero. Parecía que Escartín estaba cerca, y esperábamos llegar al pueblo tras cada curva de la senda, sobre todo cuando empezaban a aparecer muros de piedra y alguna vaca. Pero Escartín debe de estar por lo menos a 5000 m de altitud, porque la subida se nos hizo larga, larga. En la entrada del pueblo, un nuevo cruce indica de nuevo Basarán / Otal por Barranco (Esto ya lo habíamos visto antes, cómo sonaba a gili-córner...). El sendero comienza bajando suavemente, para luego hacerlo de forma más notable, en zig-zag. Atravesamos un barranco afluente del Forcos, donde tuvimos que mojarnos los pies (No es algo que nos importase mucho, dado el objetivo de nuestra pateada). Llegando casi al fondo del valle, apareció un sendero por nuestra izquierda que subía cerquita del cauce. ¡No hacía falta pegarse la paliza de subir a Escartín para luego bajar! Nos habíamos metido 300 m de subida para nada y habíamos alargado la aproximación unos 45 minutos.


Mapa de la zona. En negro, sendas. En rojo, la bajada desde Escartín. En morado, la senda que debimos haber tomado.

El caso es que llegamos al inicio del barranco. Era precioso. Tras un resalte de un par de metros, el agua se lanza por una cascada-tobogán de unos 8 metros de altura, todo en un ambiente de flysch que nada tiene que envidiar a los archiconocidos Furco o Sorrosal. Además, después aparece un pasillo más oscuro, con agua cayendo por las paredes. Un inicio de 4 corazones.


Resalte previo al R8 de entrada.

Deportivamente, Forcos es un barranco de iniciación. no sé cómo será con un caudal alto, pero tal y como lo cogimos nosotros, es una especie de paseo por su cauce; sin embargo, cuando te empiezas a aburrir, aparece una cascada para saltar y romper la monotonía. Alguno de los saltos ronda la altura del primero. Además, la piedra agarra una barbaridad.


Pasillo inicial, tras el R8.

Cuando termina, no sales con la sensación de un 4 corazones, pero nos gustó mucho, y repetiríamos de buena gana. Salvo el inicio, no es un barranco espectacular en lo deportivo ni en lo estético, pero su aislamiento y el que esté poco frecuentado le dan un encanto particular. Muy buen sabor de boca para mi 93ª muesca.


¿Quién adivina hasta donde suele llegar el nivel del agua?


Pincha aquí para ver el vídeo.


Lamentablemente, la temporada 2013 de barrancos parece que toca a su fin. Esperemos que la rodilla de Lorena le deje estrenar pronto sus botas...


sábado, 31 de agosto de 2013

Con las piraguas en Las Vencías


En las Navidades de no recuerdo ya qué año, pero hará unos 20 o así, mi hermano y yo recibimos los regalos más grandes (al menos, por tamaño) de nuestra vida: dos piraguas de slalom con sus remos. Fue el inicio de nuestra afición por otro de esos deportes digamos... poco habituales.
Años después, esas piraguas se nos quedaron pequeñas y las sustituimos por dos K-1 de turismo, un poco más inestables pero más rápidas. Además, nos permitían navegar en línea recta, frente a las demasiado manejables de slalom.
Hicimos el curso de piragüismo organizado por el Grupo Espeleoduero, y estuvimos varios años participando en competiciones regionales, que llenaron las estanterías de casa de trofeos variopintos. No es que fuéramos muy buenos remando; más bien es que era fácil ganar un trofeo si no había más que 3, 5 ó 7 participantes, especialmente cuando competíamos en K-2. Por supuesto, también aprendimos a movernos con las K-1 y K-2 de competición, inestables pero más rápidas que las turistas. En esta época, también compramos cada uno una piragua de competición.
Pero llegaron los años de universidad y de trabajo, y fuimos dejando de lado esa afición que, paralelamente, fueron tomando nuestros padres. Así, en los últimos años, rara es la tarde de verano que no aprovechan las K-1 turistas para irse a remar al embalse de las Vencías, o de Fuentidueña, como se le conoce por aquí.

Ahí donde les veis, no van nada despacito.

Y una de esas tardes, nos unimos a ellos, con la canoa canadiense de mi mamá.

El embalse de las Vencías está en la provincia de Segovia, a unos 40 km de Aranda. Dejamos el coche en San Miguel de Bernuy y embarcamos en una pequeña playita de arena aguas arriba del molino, junto a un puente. Éste punto marca la cola del embalse. Desde aquí, remamos durante unos 3 km hasta la Serranilla, donde podemos refrescarnos con unas cervezas. Si nos quedamos con ganas de más, podemos acercarnos a la presa, a menos de 1,5 km de distancia.


El embalse aprovecha un cañón natural del río Duratón, no el más conocido, pero también de gran belleza. En sus paredes anidan buitres, y es fácil ver pollos ahora en verano. Por esta mezcla de belleza, tranquilidad y agua, han proliferado las empresas de alquiler de canoas, por lo que no hace falta tener piragua propia para disfrutar de ello.

Al poco de dejar San Miguel.

Dos pollos de buitre viviendo la vida.

¿Desde cuando las sirenas reman?

Y, cuando mis padres se van de viaje, también podemos aprovechar para secuestrarles las piraguas...

 

A mitad de trayecto.

La parte más ancha del embalse.

¡No todo van a ser cuevas, barrancos o esquí!

¡Qué tranquilidad!



lunes, 26 de agosto de 2013

Barrancos en Benasque


Llevaba años con el ojo echado en un tal Eriste, uno de esos barrancos famosos del Pirineo por su cantidad de agua, pero siempre había preferido atacar otros descensos más asequibles a priori, y más cercanos. Aún así, esta muesca tenía que estar en mi ocho, como otras importantes que voy añadiendo poco a poco, y aproveché uno de mis fines de semana "largos" para ello. No es el verano ideal para una primera vez en Eriste, por la cantidad de nieve habida en primavera y las abundantes lluvias, que hacen que los caudales de estos barrancos ya de por sí caudalosos estén todavía en los niveles de julio o junio, pero se podía entrar.

Además, aprovechamos la reciente compra del libro de barrancos del Valle de Benasque de Iván Rodríguez-Torices, con reseñas y descripciones detalladas de todos los descensos del valle para guiarnos.

Como de costumbre, salimos de Aranda el viernes después de comer. Esta vez sólo iríamos Esteban y yo, con Óscar, que nos acompañaría desde Guadalajara. Nos juntamos en Ariza, y seguimos camino con la furgoneta de Óscar, equipada con todo lo imaginable para pasar el fin de semana, incluidos unos ricos filetitos de ternera...

Mi idea previa era emplear un día en combinar la Aigüeta de la Vall con el Eriste IV, y el otro día empalmar los Eristes I, II y III. Pero al llegar al puente de Tramarrius nos encontramos con jrubio28, uno de los foreros de barranquismo, y nos dijo que el Eriste III estaba demasiado alto, y que en vez de disfrutar iríamos huyendo del agua. Así que esperamos al día siguiente para decidir planes, visto además que por el canalón de la derecha bajaba cierta cantidad de agua.


Indicador de caudal del Eriste IV: si por el canalón de la derecha baja agua, el caudal es alto. Así estaba en el momento en que entramos.



Aigüeta de la Vall


Al levantarnos el sábado, y visto que el caudal de agua del canalón derecho de la roca-medidor había descendido, decidimos seguir con el plan previsto y nos encaminamos hacia la Aigüeta de la Vall. La aproximación desde el puente de Tramarrius se hace por una marcada senda en su orilla derecha orográfica, de fuerte pendiente al principio, que se va suavizando a medida que ascendemos, y sobre todo después de alcanzar el PR-HU 51, que nos da la bienvenida con un montón de ricas frambuesas. Al pasar por la presa, descolgamos una escalera metálica para poder subir luego desde el cauce.
Desde las frambuesas, el sendero sigue en subida más suave hasta alcanzar la palanca de la Serra de la Vall, un puente de madera que marca el inicio del descenso.

Tras disfrazarnos, comenzamos a seguir el cauce, destrepando las rampas que nos encontrábamos. En alguna ocasión podemos hacer algún salto o tobogán. Los primeros rápeles tardaron en aparecer, y están todos instalados en árboles, no siempre los más gruesos o mejor situados...

Primeras rampas.
  
El descenso es abierto, sin encajarse en casi ningún punto, lo que lo hace practicable con caudales altos. En los rápeles se puede evitar el chorro principal y el agua sólo llega a molestar un poco de forma puntual, pero nada comprometedor. El paisaje es precioso, rodeado de bosque.

Uno de nuestros primeros rápeles. Lo anterior lo habíamos destrepado o saltado.


Uno de los rápeles más "húmedos", poco antes de la presa.

Una vez llegados a la presa, subimos por la escalerilla para rapelar desde una barandilla lateral sin roces, pues por el aliviadero hay una arista de hormigón de aspecto poco agradable para la cuerda. Después de subir volvimos a colocar la escalera en su sitio, pero la verdad es que es fácil trepar sin descolgarla.

La presa le quita todo el agua al cauce. Lo que era un caudal alto se convierte en un hilillo intermitente. Destrepamos los primeros rápeles, incluido uno de 35 metros en rampa, pero habríamos adelantado más rapelándolo, pues, aunque no es difícil, está algo expuesto frente a un resbalón.

Últimos rápeles, sin agua casi, después de la presa.

El barranco termina con un último salto de 9 metros según la reseña (más bien 4, ó hasta 6 apuntando y jugándotela), antes de desembocar en la Aigüeta de Eriste junto al puente de Tramarrius.

Para mí, no es un descenso magnífico, porque le falta algo de continuidad y encajamiento, con bastantes tramos de caminar por el cauce y destrepar rampas. Pero el paisaje, la aproximación llevadera y el que tenga un poco de todo (saltos, toboganes y rápeles) lo hacen perfectamente repetible, además de ser una gran combinación con el Eriste IV.




Aigüeta de Eriste IV


Aprovechamos el tener la furgoneta aparcada junto al puente de Tramarrius para comer algo y continuamos nuestra jornada con el plato principal del fin de semana.

Desde el puente se ve debajo la roca que hace de indicador de caudal. Éste había bajado algo desde la noche anterior, pero seguía corriendo agua por el canalón derecho, lo que indica que el nivel es alto. ¿Alto o muy alto? Pronto lo veríamos.

Mmmmm... ¡qué rica!


Para entrar, podemos optar por un pequeño tobogán o un saltito limpio de unos 7 metros. Somos más saltarines que toboganeros, y la cantidad de espuma generada por esa ridiculez de tobogán indicaba que la mejor forma de evitar problemas era saltar. Como premio por nuestra sensatez, Esteban se comió una manzana que llevaba dando vueltas toda la mañana en la poza. ¡Sabrosa y fresquita!




Poco después, el barranco se encaja en un pasillo mediante dos resaltes seguidos. Como todo estaba blanco y ruidoso, lo más sensato parecía evitarlo rapelando desde un árbol al final.

R15 de entrada al pasillo.

A continuación nos encontramos con un R20 que nos deja en una sala magnífica. El agua se abre por la cascada para luego concentrarse en dos pequeños resaltes más abajo. El ambiente es magnífico, con agua por todos lados y el estruendo de las cascadas haciendo eco en las paredes.

La magnífica sala del R20.

Un par de saltos con precaución, pues debe de haber piedras escondidas bajo el agua (yo no toqué nada de nada), y el barranco se abre, dándonos un ratito de descanso.

En el tramo abierto, encontramos un nuevo resalte con aspecto de tobogán, pero ahí había mucha agua para meterse, así que lo saltamos un poquito más adelante. Y poco después, el mayor tobogán que hayamos hecho nunca: 25 metros. El agua se concentra a mitad del mismo, impidiéndote ver nada. Pero como una vez has dejado deslizar el culo ya no hay nada que hacer, a dejarse llevar y disfrutar. Yo reconozco que no me enteré de nada, salvo de que se tarda un buen rato en llegar a la badina. No duele, la recepción es magnífica y se puede repetir: ¡perfecto!



Entrada al rulo.



Después, el barranco se encaja de nuevo en el famoso rápel del rulo. El agua baja por la derecha, pero a mitad de rápel, la piedra la lanza contra la pared de la izquierda aprovechando un pequeño resalte. En ese punto debemos tumbarnos para pasar por debajo del chorro. No tiene mayor problema e incluso desde aquí podemos hacer tobogán hasta la badina. La mayor dificultad de este rápel es recuperar la cuerda. Nosotros dejamos 10 metros de más para ello, pero no fueron suficientes y nos tocó empalmar otra cuerda más. Fue un momento de cierta tensión, pues la pared es extraplomada bajo el agua, y la corriente tiende a meterte bajo ella, pero Óscar consiguió traer la punta de la cuerda para empalmarla y tirar desde el otro extremo de la badina.

Rápel del rulo y su badina. Conviene recuperar la cuerda desde aquí, así que llevad metros de sobra.

Desde este punto, un pasamanos por la derecha nos ayuda a evitar tres tobogancillos en que el agua se movía demasiado. Dos rápeles y un último salto, y se acabó.

Desde aquí, media horilla de pateo incómodo por el cauce hasta que aparece una antigua canalización de agua la izquierda que en 5 minutos nos deja en Eriste.

Como era nuestra primera vez, no sé si decir que el caudal era alto o muy alto. Realmente, en ningún momento nos causó dificultades, pero es cierto que evitamos los puntos que parecían más problemáticos. Me gustaría repetirlo con menos agua, para ir en todo momento por lo activo.

El descenso nos encantó, especialmente por la primera sala en lo estético, el rápel del rulo y, cómo no, el tobogán de 25 metros. Repetiremos.



Barranco de Literola Inferior


Pasamos la noche muy cerquita del barranco; de hecho, cuando nos levantamos, lo teníamos entre las maravillosas vistas del valle.
No hay duda: es éste.


Con un poco de pereza por el frescor mañanero, emprendimos la aproximación, de supuestamente media hora escasa. Pero se nos hizo corta, y subimos más arriba de lo necesario, buscando algún sendero, puentecillo o tablón que cruzase el cauce, indicando el inicio. El caso es que nos pasamos, y nos tocó destrepar varias rampas y resaltes antes de empezar el tramo inferior propiamente dicho.

Otra vez, destrepando. Buscad a Esteban...





Como no vimos instalación para el primer R25, lo destrepamos. Tampoco la buscamos, ciertamente, pues nos pareció fácil descender sin cuerda. El resto del descenso estaba bien instalado, a excepción del penúltimo rápel, en el que sólo quedaba un espárrago de parabolt. Pero recurriendo a técnicas fortunosas, destrepamos un par de metros de este rápel y saltamos el resto.

En general, rápeles pequeños por fuera del agua.

Literola no es un gran barranco, pero su continuidad, la comodidad de accesos y el que presente un par de saltitos lo hacen atractivo: uno de esos para los que no te metes 500 km, pero que empleas para completar otros descensos gustosamente. Además, el entorno es espectacular. Y para alguien con mi formación, el puente del final, mucho más bonito desde abajo que desde arriba, añade otro aliciente.

El puente de la carretera señala el final del descenso.



Lo negativo de este buen fin de semana es la elevada distancia desde casa (casi 1000 km entre ida y vuelta), y que Lorena aún no pudo acompañarnos por su dichosa rodilla. Pero buscábamos agua ¡y la encontramos!



lunes, 15 de julio de 2013

Barrancos en el País Vasco francés


Llevaba tiempo con el ojo echado a la zona de la Piedra de San Martín, con sus barrancos de nombres impronunciables. Había oído maravillas de Althagneta, y por fin se unieron las condiciones para acercarnos por allí. Aproveché uno de mis fines de semana largos, de acuerdo con los turnos del curro, y busqué un chalet para alojarnos cerca de Larrau.

5 socios del club nos animamos a participar. Demasiado pocos para el sobrecoste de un segundo coche que nos facilitaría algunas aproximaciones, pero no nos importaba caminar un poco más. Entre ellos, dos participantes en el reciente curso de iniciación a los barrancos. Esta salida les vendría muy bien para ir cogiendo experiencia.


Trayecto


Entre pitos y flautas, hasta las 5 de la tarde no salimos de Aranda. Todavía no tengo claro cuál es el mejor itinerario para llegar a Pamplona. Esta vez optamos por Vitoria. El peaje de la AP-1 sería menos doloroso entre 5, y aún así hicimos la pequeña trampa de salirnos en Pancorbo para volver a entrar en Ameyugo, y así ahorrarnos el último tramo de pago hasta Armiñón, pues los recorridos en torno a Miranda sólo son gratuitos entre estas salidas; si vienes desde Burgos, lo pagas todo completo. Llegando a Pamplona, alrededor de nosotros coches bastante "fiesteros" por la autovía: último fin de semana de los Sanfermines.

Pasado Pamplona, cogimos la autovía de Jaca hasta Lumbier. Desde aquí, carreteras comarcales por Navascués, Escaroz y Ochagavía, con una parada para tomar un refrigerio en Oronz. Pasamos a Francia por el puerto de Larrau. Tras el empinado descenso, una nueva subida al puerto de Bagargui para llegar a los Chalets de Iraty, nuestro destino.

Mapa de la zona, con nuestro alojamiento y los descensos realizados.


El alojamiento


Les Chalets d'Iraty es un complejo de chalets o cabañas de todas las formas y tamaños, esparcidos en torno al puerto de Bagargui. El nuestro tenía un salón-comedor con cocina, chimenea, frigorífico, lavavajillas y microondas. En la planta baja, una habitación con el único baño, y en la planta alta, a modo de buhardilla, dos habitaciones contiguas. Fuera había un cobertizo lleno de leña y una mesa con bancos para poder comer al aire libre.

Interior de nuestra cabaña. No pudimos resistirnos a encender la chimenea.


A pesar de llegar hacia las 21:40, después de la hora de cierre, una persona nos esperaba para acogernos. Sin embargo, lo primero que me puso sobre el mostrador fue un hacha. -¿Eso es la llave? - pensé. - Estos vascos...- No, la llave me la dio después. El hacha es para cortar la leña para la chimenea, que va incluida en el precio. Lo que no incluye el precio es una fianza de 100€ que te devuelven (más bien, no te cobran) si al irte dejas todo limpio y ordenado. Me informaron de la situación del bar, la tienda y el restaurante, y me indicaron que podíamos reservar pan para el día siguiente, y que antes de irnos avisásemos para que revisaran el estado del chalet y así devolvernos la fianza, si procedía.

No nos pareció muy barato (éramos 5 en una cabaña para 7), pero la verdad es que el sitio está bastante bien.


Cañón de Olhadubie


El sábado nos levantamos bien prontito para este descenso, con la idea de empalmarlo con el cercano Phista, si se nos diese muy bien la cosa. A las 8:30 estábamos ya aparcados junto al albergue Logibar, en la carretera de Larrau a Tardets.

Mapa de acceso al cañón de Olhadubie.

La aproximación es cómoda y evidente. Tras dejar el coche, en el albergue Logibar, o en otra explanada 200 m dentro del valle del Holtzarte, seguimos el GR-10, que remonta por la derecha orográfica del río. Unos 15 minutos después, comienza a ascender, separándose del cauce. A este punto de la senda llegaremos en el retorno. La senda sigue ascendiendo hasta que al rato vemos la unión del valle del Olhadubie con el Holtzarte y, poco después, la famosa pasarela, a 137 m de altura sobre el lecho del barranco. La cruzamos y seguimos ascendiendo hasta un cruce con un camino. Desde este punto, hacia la izquierda, sólo nos queda llanear durante media hora hasta cruzarnos con el Olhadubie en una pequeña pasarela. Todo este recorrido es parte de una senda circular con salida y llegada en el Logibar. Nosotros hicimos los 6 km de distancia en algo menos de 1:30, a buen ritmo, con 5 minutillos de contemplación en la pasarela.

Pasarela de Holtzarte.


Existe una forma de ahorrarse algo de la aproximación mediante combinación de coches, subiendo por caminos para dejar uno de ellos por una zona llamada Ardakhotxea, pero en mi opinión, y aunque no la he probado, no merece la pena. El tiempo que te ahorras de caminata lo gastas en mover los coches.

El cañón de Olhadubie es, sencillamente, impresionante. Quitando unos pocos tramos, no posee una gran continuidad en lo deportivo (rápeles, saltos...), pero sí en lo estético. Yo no había visto antes un encajamiento igual entre paredes tan altas, y tan largo. En otros descensos largos, como Gorgas, puedes buscar escapatorias, aunque sean engorrosas; aquí no las hay. La mayoría de rápeles se concentran en el primer tercio de barranco, entre ellos el R25 que se rapela por el chorro y el R35, los más estéticos. Las instalaciones son más que correctas, con anclajes (dobles) para pasamanos recuperables en muchas ocasiones. En algún punto existe algún roce, pero con llevar una fundita, asunto arreglado. En su parte media presenta un tramo realmente oscuro, sorprendente e inesperado.



La nota negativa de este barranco es su gran longitud. En la segunda mitad, salvo pasos puntuales, se trata de caminar por el lecho pedregoso del barranco o por sus márgenes, tratando de evitar las rocas resbaladizas. Reconozco que se hace largo y, a ratos, hasta pesado. Pero basta con parar un segundo, mirar hacia arriba, y disfrutar un momento de las vistas.

Un afluente.

Rápel-tobogán.

Uno de los escasos saltos.


Cuando por fin vemos la pasarela de Holtzarte, allí arriba, lejos sobre nuestras cabezas, es que nos queda poco ya. Un último rápel antes de la desembocadura, y luego otro tramo de randonée aquatique hasta que vemos la senda de aproximación.

Creo recordar que llegamos al coche a eso de las 18:30, lo que significa que el barranco se nos llevó 10 horas en total. Solamente paramos un par de veces a comer unas barritas durante 15 minutos, pero sí se nota el ser 5 personas en lugar de 3, habiendo en total unos 15 rápeles. La hora, dos pequeñas lesiones y la posibilidad de disfrutar unas cervezas en el Logibar pudieron con el Phista, que se queda para otra ocasión.


Althagneta - Kakouetta


El otro gran descenso de la zona, al menos por fama. En la recepción me habían dicho que todavía llevaba agua, así que no había mucho más que pensar. Ourdaybi, Oilloki, Errekaltia, Harzubia... para otra ocasión.

Como había que recoger, salimos después de las 9 del chalet. Dejamos el coche en una explanada para aparcar autocaravanas junto a la entrada a las pasarelas de Kakouetta (entrada de 5 € si las quieres visitar). Para ascender hacia Althagneta se trata básicamente de seguir en todo momento el GR-10 (realmente, debíamos seguirlo, pero se nos traspapeló un poquito al principio, sin grandes consecuencias). Desde el aparcamiento, bajamos por un camino medio asfaltado hasta cruzar el río por un puente (¡qué ganas de saltar a ese agua azul!). Desde aquí, seguimos subiendo por el camino hasta que empieza a descender, momento en el que decidimos cortar por un prado hacia arriba, buscando la carretera (éste es nuestro punto dudoso). Por encima del prado, junto a la alambrada, recuperamos el GR-10, que sale a la carretera.

Mapa de acceso a Althagneta sobre ortofoto.

En la carretera, horquilla a derechas y cruce en horquilla a izquierdas. Desde aquí, la seguimos durante una media hora. Un nuevo cruce a izquierdas y la carretera muere entre unas casas. La senda continúa ahora por bosque, o bajo dos hileras de arbolillos, siempre subiendo, hasta salir a unos prados. Estamos ante un pequeño valle que desciende hacia Kakouetta. Debemos seguir más o menos sin ganar ni perder altura, hasta cruzar el lecho del arroyo y continuar subiendo nuevamente. La senda se reúne con una pista amplia, que abandonamos en un nuevo cruce con horquilla a derechas. Ya sólo nos queda seguir el camino llano que sale de frente, hasta que cruza el barranco unos 5-10 minutos después.

Existe la posibilidad, y esta vez sí parece interesante, de ahorrarse toda la subida excepto los últimos 5-10 minutos, si tenemos dos coches. Creo que se trata de seguir la aproximación al Ourdaybi desde La Caserne, siguiendo más arriba hasta encontrar el último cruce que he mencionado.

Recomiendo muy mucho proveerse de repelente de insectos o de una armadura medieval si se opta por la aproximación a pie: la zona está infestada de tábanos sedientos de sangre. No son muy grandes ni sus picaduras muy dolorosas, pero son legión. Así que en cuanto llegué al arroyo, al agua fresquita a aliviar las picaduras y colocación del neopreno en tiempo récord para defenderme de esos bichejos inmundos.

El descenso comienza entre bosque, con unos destrepes por bloques. El primer rápel está instalado con una placa semi-roñosa y un cordino atado a una piedra empotrada, pero el resto del barranco está bien instalado, con placas con cadena y algunos químicos. Un rápel-tobogán de 20 m y poco a poco el barranco se va encajando, hasta llegar al plato fuerte: un primer rápel de 4+13 metros nos deja en una marmita colgada que desagua por un agujero en su fondo. Desde aquí, 35 metros de descenso y en la base del circo un nuevo rápel-tobogán de 30 metros (La marmita cubre, yo diría que a lo mejor no te matas del todo si lo toboganeas, pero no seré yo quien lo pruebe...). Esa marmita es trampa, pero nosotros la pillamos llena. Desde aquí, el cauce es amplio, con grandes bloques y algún rápel más hasta la confluencia con Kakouetta. Aún con caudal bajo, es un descenso precioso, que se merece plenamente los 4 corazones de P. Gimat (y si hubiese un 5º en la escala, también).

Carácter muy encajado.
La marmita colgada.



Rápel de 35 m, con el chorro saliendo de un agujero en la pared.



Roberto dándose una ducha ante la mirada de los transeúntes.
Tras la larga pateada por Olhadubie, temíamos que más que con Kakouetta, nos tocase pelearnos con Kakotta para llegar al coche, pero es un tramo que no se hace pesado. Hay muchos destrepes entre grandes bloques, y alguna instalación para rapelar, pero todo puede destreparse, o incluso saltar con cuidado (profundidad menor de 1,25 m, fondo arenoso). Antes de que podamos aburrirnos, nos encontramos con las pasarelas turísticas, junto a las cuales todavía podemos pegarnos algún chapuzón, para deleite con cara de circunstancias de los transeúntes. Desde aquí, si no se le tiene miedo a los tábanos y se regresa por las pasarelas, el neopreno sobra, pues hay un cartel que indica prohibición de bañarse en el lago. No cobran los 5 € a la salida, pero los empleados no miran con excesiva simpatía.






Regreso


Desde Santa Engracia, optamos por cruzar el puerto de la Piedra de San Martín para volver a España. Paramos arriba a comer, contemplando el paisaje kárstico, mientras no dejaba de pensar en todo lo que había bajo nuestros pies, su importancia en la historia de la espeleología, y dónde estaría la entrada tradicional al sistema.

En vez de volver por Pamplona, pasamos por Sangüesa, Olite, Ágreda y Soria. ¿Más corto? Sí. ¿Más rápido? Pues eso ya no lo sé.

De nuevo, un fin de semana fantástico. Grandes barrancos, muy buena compañía y hasta buen tiempo.